domingo, 11 de octubre de 2009

Sobre la inmediatez en la música (y por consiguiente, en el sexo)

"Intro: corta, que no pase demasiado tiempo hasta que entre la voz. Estrofa: concreta, pero no demasiado, para que así después dé paso al Estribillo. Que no pase demasiado tiempo hasta que éste entre, para no distraer la atención del oyente. Éste debe tener más tamaño, entrar como un cañón. Después viene la segunda estrofa, que nos sitúa de vuelta en la canción, nos orienta, y de nuevo el estribillo, que ahora entra con un poco más de fuerza, y es un poco más largo que el primero. Después viene el puente, que debe llevar a la canción por otro lugar, pero sólo lo justo, porque debe anteceder a la entrada del último estribillo, que será el más grande de todos. Y fin. Todo ello no debería durar más de 3 minutos y pico. Sin estridencias, pero con energía."

Vivo y trabajo en el mundo de la música y no paro de ver y oír esta misma formula repetida hasta la saciedad. Nadie parece tener tiempo para nada y las canciones suceden así, como una especie de fórmula matemática fácil y solvente. Estoy harto, muy harto de todo esto. Detecto el olor de esta fórmula y tantas otras a los pocos segundos de escuchar una canción, y cada día que pasa me resulta más repulsivo. Intento mantenerme lejos de ello para no amargarme, y por suerte suelo conseguirlo en la mayoría de los casos. Pero no deja de disgustarme cada vez que descubro a un nuevo grupo o artista que, sorprendentemente, está haciendo lo mismo de siempre otra vez.

El otro día estuvimos grabando una pequeña demo de algunos temas que hemos estado componiendo este verano. Pasa a menudo que hasta que uno no lo ve desde fuera, no sabe juzgar muchos de los detalles, y ahora que lo escucho y que hemos puesto un puñado de canciones nuevas juntas, me ha agradado mucho la duración y el ritmo de las mismas. Hay bastantes que superan los 5, los 6, e incluso los 7 minutos, y el ritmo con el que se suceden las partes es gustoso, se regocija en cada una de ellas y no suelta nada hasta no haberlo desarrollado. Además, como en anteriores trabajos de Havalina, hay muy pocos estribillos. Supongo que todo esto sucede porque por una parte estamos bastante cansados de escuchar lo mismo de siempre y no somos felices reproduciéndolo sin más, y por la otra, porque queremos hacer música de esa que requiere un compromiso por parte del oyente para ser disfrutada, ésa que sale del corazón y los riñones.

Buscar la inmediatez en la música es un arma de doble filo. Si la consigues de un modo natural, es perfecto, pero no por ello has de andar buscándola todo el tiempo. Y no siempre la inmediatez es la manera idónea de hacer las cosas. Cuando hicimos Incursiones, por supuesto que estábamos buscando algo inmediato, impactante, contundente, cortante. Pero si fuera todo el disco así, ciertamente perdería toda su inmediatez en muy poco tiempo.

A menudo suelo comparar el sexo y la música. Ambas son actividades placenteras y necesarias, y requieren de un cierto mimo, entrega y compromiso por parte de ambas partes para que sean como deben ser. Hay quien se ríe de mis teorías al respecto, es cierto... :) El desarrollo de una canción es más o menos parecido al desarrollo del acto sexual: tiene unos preliminares, un desarrollo que puede ser más o menos lento, un punto álgido, uno o varios puntos de descanso o relajo que suelen llevar a otros nuevos puntos álgidos, y así hasta llegar al final. La inmediatez en el sexo puede estar bien en ciertas ocasiones, pero todos sabemos que lo suyo es alternar una cosa con la otra. Igual que no podría imaginarme que todos los polvos con mi novia durasen 3 minutos y pico, ¿por qué todas las canciones tienen que durar éso?